Promoviendo el sueño saludable: un reto para la gestión sanitaria

19/02/2024

La expectativa de vida global continua en ascenso, y la ciencia nos revela que un niño nacido hoy tiene un 50% de probabilidades de superar los 105 años. Para aquellos que ahora están en la veintena, las estadísticas sugieren que tienen un 50% de posibilidades de llegar a los 100, mientras que para los que ahora mismo tienen 60 años, tienen un 50% de probabilidades de llegar a los 90. Puesto que la esperanza de vida de las personas nacidas en el 1950 era de 60 años, podríamos afirmar que la vida nos ha regalado 40 años con respecto a nuestros mayores. En este marco, como veremos a lo largo de la revisión, la importancia del sueño como pilar fundamental de la salud y el bienestar cobra un protagonismo crucial.

Nuestro cuerpo es una obra maestra de la naturaleza que, para funcionar de manera óptima, requiere ser cuidado mediante un buen cuidado de la alimentación, del ejercicio, de las relaciones sociales y, fundamentalmente, del sueño. La clave para mantener su óptimo rendimiento se encuentra en comprender las necesidades orgánicas imprescindibles para proteger la salud, y el sueño, desde la robustez de las ciencias médicas más vanguardistas, emerge como uno de los aspectos más determinantes.

El sueño es una respuesta orgánica al ritmo circadiano que supone entrar a diario en un estado fisiológico de inconsciencia que invita al cerebro a iniciar una tarea relevante y planificada para acometer una de sus funciones principales, cuidar y mantener un óptimo funcionamiento del organismo, así como de las capacidades cognitivas y de personalidad.

Para un correcto funcionamiento de nuestro organismo, necesitamos dormir un número de horas determinado, ni más ni menos. Además, este tiempo de sueño variará a lo largo de nuestra vida, es decir, según la etapa vital en la que nos encontremos, sea de crecimiento durante los primeros años de vida y hasta alcanzar la etapa de adulto, así como después en la etapa de envejecimiento, el sueño desempeñará un rol vital para la salud y bienestar. Así, en nuestros primeros años de vida dormimos entre 11 y 19 horas diarias, y este sueño se reducirá hasta las 7-8 horas de sueño que necesitamos en la adultez y vejez. Por otro lado, la calidad del sueño es tan crucial como la cantidad. Entender la diferencia entre el sueño REM y NREM nos permite explorar qué significa realmente un sueño reparador. Mientras que el sueño REM participa en la plasticidad y consolidación de aprendizajes, el sueño NREM tiene una función más reparadora y restauradora, tanto del cerebro como del resto de nuestro cuerpo. A lo largo de la noche, pasamos por las distintas fases del sueño varias veces, realizando unos 5 ciclos de 90 minutos. Esta arquitectura del sueño marca el ritmo del envejecimiento, influyendo directamente en la plasticidad y conexiones neuronales y, por ende, en la salud cerebral a lo largo del tiempo.

El cuerpo humano sigue un ciclo de 24 horas, y tan importante son las horas en las que estamos durmiendo como aprovechar las horas de luz para estar activos, preparando así la siguiente noche. La luz diurna regula nuestro reloj biológico para adaptarnos al entorno. La absencia de luz favorece la secreción de melatonina, que induce el sueño. Digamos que la calidad de nuestro sueño vendrá determinada por la actividad durante el día y los hábitos con los que practiquemos nuestras necesidades cotidianas, como el ejercicio, la alimentación, el trabajo, la vida social, y un largo etcétera. La homeostasis del sueño nos permitirá alcanzar la noche con interés para dormir. Promover estos buenos hábitos será fundamental para preservar el funcionamiento cerebral durante el sueño.

Efectos de la privación del sueño sobre la salud

Como hemos visto anteriormente, el sueño no es solo un estado de inactividad; es un período de intensa actividad biológica. Por ello, comprender lo que ocurre mientras dormimos revela la importancia de este proceso para la salud mental y física.

Según el informe de la Sociedad Española del Sueño, el 45% de las personas en España duerme por debajo de las 7 horas mínimas de sueño. Por tanto, la privación del sueño no es solo un problema individual, sino que se ha convertido en una epidemia generalizada. Una falta de sueño impacta en innumerables aspectos de la salud, exponiéndonos a obesidad e incidentes cardiovasculares, debilitando nuestro sistema inmunitario, y relacionándose con diversos tipos de cáncer, enfermedades neurodegenerativas y problemas de salud mental. Además, un sueño deficiente aumenta hasta 11 veces el riesgo de accidentalidad al volante, subrayando la necesidad crítica de abordar este problema de manera proactiva.

Esta correlación estrecha entre sueño y enfermedad está científicamente descrita a nivel fisiopatológico, es decir, conocemos con precisión como los trastornos del sueño son factores desencadenantes y acompañantes de patologías tales como cuadros infecciosos, enfermedades autoinmunes, accidentes cardiovasculares y cerebrovasculares. El correcto diagnóstico y pautas de tratamiento de los trastornos del sueño en pacientes que acuden a consulta por otras patologías tendrá un impacto clave en la evolución y pronóstico de estas enfermedades. Es decir, un abordaje preciso de los trastornos del sueño puede muy bien resultar en un gran y eficiente aliado en las pautas terapéuticas propuestas para un paciente que sufra cualquiera de las numerosas enfermedades crónicas que hoy afectan a la población.

Cómo y cómo no combatir el insomnio

Enfrentar el insomnio requiere un enfoque integral. La higiene del sueño, que abarca prácticas y hábitos saludables, se erige como una herramienta efectiva para mejorar la calidad del sueño. Por ello, transmitir a los pacientes la importancia de establecer rutinas de sueño regulares y la creación de un entorno propicio para descansar puede marcar la diferencia significativa en sus vidas.

En casos donde la higiene del sueño no es suficiente, el uso de medicación para tratar los trastornos del sueño puede ser necesario. Sin embargo, es fundamental enfatizar el uso responsable de la medicación y evitar la dependencia a largo plazo. La monitorización y ajuste constante son clave para garantizar que los beneficios superen a los riesgos. Cabe destacar que los psicofármacos, tan habitualmente utilizados, deben suponer un recurso de rescate para cuando el resto de las propuestas no farmacológicas y farmacológicas han fracasado. Su uso, además, debe ceñirse estrictamente a lo establecido por la ficha técnica de cada uno de los medicamentos psicoactivos contemplados.

En conclusión, el sueño no es un lujo, sino una necesidad vital para la salud y la vitalidad a lo largo de toda la vida. Los profesionales sanitarios deberían educar a los pacientes sobre la importancia del sueño y brindar estrategias para mejorar su calidad puede ser la clave para una sociedad más saludable y resiliente. Para los gestores sanitarios, es vital reconocer la importancia del sueño en la promoción de una vida saludable y prolongada. Asegurar la gestión eficaz de los trastornos del sueño en la atención sanitaria es clave. La inversión en un sueño de calidad hoy puede traducirse en años de salud y bienestar mañana, todo en favor de un envejecimiento saludable.


Para la redacción de este post, Josep Vidal-Alaball ha compartido autoría con Antoni Esteve y Júlia Ferrer (AdSalutem Institut del Son).

Imagen: Le Rêve (1910). Henri Rousseau

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