Brechas de género en el acceso a plazas MIR

13/02/2023

El pasado 21 de enero tuvo lugar, como cada año desde hace cuarenta, la convocatoria del examen de acceso a plazas de Médico Interno Residente (MIR). Este sistema, consolidado en 1984, vino a organizar la aleatoriedad que existía hasta entonces con la asignación de plazas de especialización a hospitales para los recién licenciados en medicina. El examen buscó introducir una valoración objetiva de los conocimientos adquiridos durante la carrera mediante una prueba tipo test (actualmente de 175 preguntas), de forma que, utilizando también la nota media de los estudios universitarios), se pudiera ranquear a todos los candidatos de manera que posteriormente eligieran las plazas disponibles en ese año por el orden de su nota final.

El uso de una prueba general y única tiene como ventaja principal el permitir la comparación objetiva entre candidatos provenientes de distintas facultades, reduciendo por ejemplo los incentivos a inflar artificialmente las notas (que actualmente sólo cuenta un 10%). El MIR usa además un criterio razonable para la selección de médicos especialistas como es el conocimiento previo sobre medicina adquirido en la carrera. Sin embargo, una desventaja de este método estriba en que existe una diferencia entre las habilidades que se miden para evaluar candidatos y las habilidades reales que la sociedad desea que tengan los seleccionados: hacer bien un examen no garantiza ser el mejor médico. Este problema, común a muchos procesos de selección, se ve exacerbado por la abundante evidencia existente sobre las distintas formas de contestar a los exámenes tipo test entre hombres y mujeres. En una profesión en la que se ha producido un fenómeno importante de feminización, la proporción de graduadas en medicina ha pasado del 40% de los años ochenta a más del 60% por en la actualidad, sería deseable que ambos géneros compitieran en condiciones lo más igualitarias posibles. Sin embargo, muchos estudios (ver ejemplos citados aquí) muestran que hombres y mujeres utilizan distintas estrategias para contestar en exámenes de respuesta múltiple. En concreto, los hombres tienden a contestar más preguntas que las mujeres, tanto en casos en los que existe penalización en la nota por respuestas incorrectas como en los que no, lo que en general tiende a favorecer a los hombres. Las mujeres, ante la duda, tienden a dejar más preguntas en blanco, mientras que los hombres contestan más, lo que termina favoreciéndoles porque la penalización por equivocarse, cuando existe, está habitualmente calculada de forma que el valor esperado es sólo estadísticamente neutral si realmente el candidato duda con igual probabilidad entre todas las respuestas posibles.

Existe además una amplia literatura, obviamente muy discutida y que tiene muchos matices (ver referencias aquí) que muestra que, bajo ciertas condiciones, las mujeres tienden en media a evitar competir más que los hombres y que, cuando tienen que hacerlo, se les da peor competir. Es obvio que al diseñar una prueba de selección no se pueda evitar que existan diferencias entre grupos en su estrategia, o que, por su mera naturaleza, esa prueba de selección tenga aspectos competitivos, pues tanto en el MIR como en otras pruebas tradicionalmente se presentan muchos más candidatos que el número de plazas disponibles. No obstante, llama la atención que en el caso del MIR el nivel de competitividad, medido por la proporción entre plazas disponibles y candidatos presentados, ha experimentado variaciones espectaculares. En este gráfico, la probabilidad de obtener una plaza pasó de ser inferior al 10% al principio de los años ochenta (entre otras razones por la acumulación de candidatos previa a la existencia del M.I.R), a ser superior al 80% en la primera década de los años 2000, para terminar reduciéndose al 50% en los últimos años.

Probabilidad de obtención de plaza MIR por años

En un artículo reciente junto a Marina Díez, Javier Gardeazábal y Nagore Iriberri, mostramos, utilizando la base de datos completa del MIR cedida por el Ministerio de Sanidad, que estos cambios bruscos en la competitividad afectan al desempeño diferencial de hombres y mujeres en el examen MIR: y tienen consecuencias importantes en términos de elección de plazas. Cuanto mayor es la competencia peor hacen el examen MIR las mujeres, llegando a perder un 7% de probabilidad de obtener una plaza. Por el contrario, en años con menor competencia, la probabilidad de que una mujer obtenga plaza es un 9% superior a lo de los hombres. Las diferencias de género además se acentúan, no se reducen, entre aquellos candidatos con mejores notas, por lo que el problema es mayor en competencia por las plazas de residente más deseadas.

Estos resultados no sólo crean una brecha de género injusta, sino que son preocupantes y evitables. Preocupantes, porque el saber competir no es necesariamente una habilidad que la sociedad desee que tengan sus mejores médicos. Por ello, debería evitarse en la medida de lo posible que la competitividad fuera un factor tan determinante a la hora de otorgar plazas. Y evitable porque los enormes vaivenes en competitividad provienen de la falta de coordinación entre el número de graduados en Medicina y el número de médicos que el Sistema Nacional de Salud puede absorber. Aunque existen mecanismos de coordinación entre universidades y hospitales, el número de plazas en cada especialidad depende en demasía de los intereses de los profesionales de las distintas especialidades, y no de una planificación adaptada a las necesidades reales del sistema.  Una planificación centralizada a medio plazo que aproximara el número de plazas en las facultades de medicina al de los médicos que se van a necesitar, como de hecho se hace en otros países con sistemas similares como Francia, no sólo mejoraría la eficiencia de nuestra formación, sino que contribuiría a reducir el sesgo que describimos en este artículo. 


Foto de Joanna Kosinska

Comparte: