Protección, intimidad y justicia: los tres pilares de la atención a las personas vulnerables

05/09/2022

La eclosión de las llamadas éticas del cuidado tiene mucho que ver con la aceptación, relativamente reciente, de que la vulnerabilidad es inherente al ser humano (todos somos vulnerables). La aportación de las pensadoras feministas ha sido clave para cuestionar la noción tradicional de la subjetividad y dar relevancia a aspectos como la interdependencia, la vulnerabilidad y los cuidados. Incluyendo la vulnerabilidad en su esfera de reflexión, la ética pone la atención en dos ámbitos: las prácticas “privadas” de crianza y cuidado, y las profesiones psico-sociosanitarias.

De acuerdo con su costumbre, la filosofía ha llegado tarde al debate sobre la vulnerabilidad, pero, sin embargo, puede realizar una aportación primordial mediante la reflexión crítica sobre las prácticas de atención y cuidado. Así pues, puede ayudar a:

  • esclarecer conceptos,
  • evitar concepciones unilaterales o sesgadas de lo que es la vulnerabilidad y
  • ponderar las exigencias éticas de esa condición humana con otros principios éticos igualmente fundamentales.

Todo ello debería ser muy útil para las personas con responsabilidades en el ámbito sanitario porque, como la vulnerabilidad toca el tuétano de la sensibilidad y la emotividad, puede convertirse en un foco de malas praxis motivadas por el amparo precipitado o por la abnegación irreflexiva. En esta línea, me limito a destacar tres cuestiones que, en mi opinión, van indisolublemente ligadas a la vulnerabilidad: la protección, la intimidad y la justicia.

La protección (versus la autonomía)

La vulnerabilitat s’acompanya dels deures morals de la prevenció, la cura i el suport, deures que jo englobo en el terme protecció.

Sin embargo, desde el punto de vista ético, la protección no puede ser unilateral –a pesar de su extrema importancia– sino que hay que compatibilizarla con la autonomía, es decir, las personas deben poder conocer, participar (en la medida del posible) y decidir sobre la atención que reciben. Tiene que haber consentimiento: “sí, trátame, cúrame, ayúdame, vulnérame por hacerme menos vulnerable”.

Es necesaria una reflexión crítica sobre la vulnerabilidad para prevenir la mala praxis motivada por el amparo apresurado

Hay casos en los que resulta imposible compatibilizar la protección y la autonomía, un dilema que nunca debería dejar a nadie ni indiferente ni satisfecho porque, hacemos lo que hacemos, siempre estaremos vulnerando aspectos esenciales de la persona en una u otra medida. Como dice el filósofo Joan Canimas, el cuidado de la vulnerabilidad hace equilibrios en la arista entre el paternalismo y el abandono.

Este dilema quizá esté suficientemente asumido cuando se trata de intervenciones médicas aunque en algunos ámbitos todavía hay mucho camino por recorrer, como ponen de manifiesto los casos de violencia obstétrica.

Todo cuidado comporta vulnerar la intimidad de la persona

Sea como fuere, lo cierto es que ese compromiso entre protección y autonomía entra en juego en cualquier intervención médica, por cotidiana o insignificante que parezca. Por eso, es importante insistir en su trascendencia ética y subrayar que la autonomía del paciente es ficticia o precaria cuando no se acompaña de protección, a la vez que la protección sin autonomía debilita a la persona, cuestiona los elementos básicos para una vida digna y mina la confianza de los ciudadanos en los servicios y en las personas que trabajan en ellos.

Llegados aquí, hay que enfatizar que los profesionales de la salud también son personas, y como tales, son vulnerables y necesitan protección. No creo que sobre ninguna voz repitiendo que la presión asistencial, la disminución de recursos y la degradación de las condiciones laborales hacen más vulnerables a las personas que cuidan a otras, las instituciones sanitarias y la sociedad en su conjunto. El lema “protéjase para que podamos protegernos” va mucho más allá de una crisis pandémica.

Las consecuencias de la desprotección del personal sanitario, además, no se limitan a posibles déficits o errores en las tareas de cuidado desde el punto de vista técnico o clínico. También existen peligros éticos de envergadura, dado que se puede ver afectada su capacidad crítico-reflexiva. Es necesario promover entre los profesionales una disposición de auto-observación constante sobre la capacidad de afrontar y resolver los dilemas entre protección y autonomía y, por supuesto, es necesario que las instituciones provean los recursos para garantizar esta “capacidad” como por ejemplo:

  • concienciación y formación,
  • herramientas y recursos de análisis,
  • equipos de asesoramiento y soporte,
  • espacios de deliberación (¡y también de respiro!) y
  • vías de participación para denunciar carencias y mejorar los procesos.

La intimidad

Proteger siempre implica vulnerar, no sólo porque para evitar o reparar un daño a veces causamos otro “menor” sino porque, por lo general, ser vulnerable significa poder ser tocado, invadido, afectado o alterado por otro. En efecto, cualquier cuidado implica remover la inalterabilidad de la persona, lo que significa que la vulnerabilidad –y su velatorio– toca de lleno la intimidad.

D’entrada, protegir vulnera la intimitat dels cossos tot i que els límits de la intimitat no coincideixen amb els del cos: diversos espais i objectes funcionen com a pròtesis de la nostra interioritat, tant a nivell físic com afectiu i, en conseqüència, les coses més distants i estranyes poden estar fortament carregades d’intimitat. D’altra banda, no podem oblidar que podem viure l’afectació d’un altre cos com una sotragada en el més íntim.

Todas las personas somos vulnerables, pero no todas somos iguales. Es necesario contemplar esta singularidad para actuar de forma ética

Todo ello no es algo que los profesionales puedan anticipar, evidentemente, pero es necesario que estén dispuestos y sensibles a los indicios, y es necesario que la configuración y la organización de los espacios, así como la programación de los procesos y las actuaciones, garanticen el respeto por esta fenomenología amplia de la intimidad.

Cuidar la vulnerabilidad implica también un saber: sobre las personas, sus vidas, sus relaciones, sus sufrimientos… sobre lo más íntimo. Este saber sólo puede aflorar si los pacientes acogen en su intimidad a las personas que las tratan. Y por eso, recíprocamente, es necesario que los centros practiquen una ética hospitalaria, en el sentido más profundo de la palabra.

Hay que recordar que la vulnerabilidad no siempre se expresa cuándo y cómo quisiéramos, ni se ajusta a las preguntas y casillas diagnósticas. A veces, se amuralla o encripta y la herida no se encuentra donde mana sangre. También puede que la vulnerabilidad sea un secreto para quien la sufre.

Por todo ello es necesario dar espacio y tiempo a la intimidad, porque la vulnerabilidad sólo se desenvuelve a través de narrativas personales, complejas y equívocas. En definitiva, lo que nos hace singulares a cada uno de nosotros –y me atrevería a añadir autónomos– es una forma particular de acoger la vulnerabilidad, la propia y la ajena. Y este modo particular no es un carácter ni una forma de ser, sino que es un proceso, un aprendizaje que dura toda una vida.

La justicia

En general, deseamos vivir con bajos niveles de vulnerabilidad, pero como no podemos eliminarla del todo, necesitamos sociedades en las que esté repartida equitativamente y, sobre todo, en las que el disfrute y la protección de unos pocos no se apoye en la vulnerabilidad de los otros. Por eso, la vulnerabilidad tiene una clara relación con la justicia.

Sin embargo, cabe decir que la racionalidad de la “gestión” (programación, planificación, protocolización…) es necesaria para la justicia distributiva, pero resulta del todo insuficiente para la justicia hospitalaria, que también requiere instituciones y personas sensibles, vulnerables al otro.

Tal y como decía el filósofo Jacques Derrida, la justicia es el otro; el otro en lo que tiene de singular y de inesperado, lo que le hace diferente de mí y que yo desconozco. En definitiva, enlazando con el apartado anterior, el reconocimiento de la igualdad (todas somos vulnerables) debe ir acompañado de la atención personalizada y adecuada a la vulnerabilidad íntima y singular de cada uno/a.


Foto de Erik Karits

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