Des de hace tiempo, en el sector se habla de valor. Es una tendencia internacional, el “hot topic”. Se debe añadir el concepto para caracterizar a cualquier sujeto (seguro que el lector puede formular algo que acabe en “basado en valor”). ¡Ya pasa, que se toma un tema y se le da vueltas durante varios años hasta que todo el mundo se aburre! Quizás se discute de una forma no especialmente estricta… pero siempre citando a Porter.[1]
A menudo se olvida cómo el autor concibió el término valor: la relación entre el resultado “outcome” y el coste. Interesa sólo lo primero, probablemente porque es mucho menos concreto y por tanto sujeto a creatividad y discusión. Se habla de PREMs y PROMs, de cuáles son los resultados relevantes según los distintos agentes (gobiernos, organizaciones sanitarias, grupos profesionales, sindicatos, pacientes, industria farmacéutica, proveedores privados). En cambio, el coste es un concepto que da pereza, se obvia – bastante sintomático del consumismo occidental, que disfruta de las cosas de espaldas a los recursos utilizados para hacerlas posible. Entre otros, haciendo la vista gorda en relación a los costes sociales del impacto ambiental derivado del uso de combustibles fósiles en el transporte aéreo. Nos hemos olvidado del denominador. No interesa cuáles son sus aplicaciones ni sus abordajes metodológicos. Alguien los calcula y los damos por buenos. No forman parte de las discusiones. Da igual si son costes, tarifas o precios.
Por otro lado, a algunos esta ratio les es familiar, pues se asemeja sospechosamente a otra bien conocida en la economía de la salud: el coste-efectividad. Ambas describen, sencillamente, que es necesario analizar algo en términos de su impacto y de lo que has requerido para conseguirlo. En ese sentido, el concepto valor no aporta una gran novedad. Además, se da la paradoja de que algunos de quienes públicamente enfatizan su importancia ejercen muy discretamente la cultura de la evaluación (“el análisis sistemático y explícito de alternativas para abordar una necesidad, valoradas en términos de costes y beneficios sociales”). Seamos sinceros: el valor en su definición correcta, la que incluye los costes, es marginal en el día a día de las organizaciones sanitarias, incluso de la Agencia de Evaluación (en otros sitios sí que lo tienen presente)[2]. Si no hay costes, no estamos hablando realmente de valor.
ICER significa “Ratio Coste Efectividad Incremental” (Walraven et al.)[3]
Los influencers de la gestión sanitaria ya están pensando en el tema que centrará las conversaciones del próximo quinquenio. ¿Podríamos hablar de costes? ¿Sabemos qué cuesta lo que hacemos? ¿Cuándo y dónde utilizamos los costes… y cuándo y dónde los podríamos utilizar? ¿Quién vela por su calidad? ¿Qué sistemas sanitarios tienen un buen sistema de costes? ¿Qué relación tienen con el modelo de pago?
De la misma forma que no tiene sentido discutir sobre valor obviando los costes, tampoco tiene sentido hablar de gestión sin tener en cuenta los costes. Aquí queda como idea de cara al próximo congreso de la Sociedad Catalana de Gestión Sanitaria.
Referencias
[1] Porter, Michael E. “What is value in health care?.” New England Journal of Medicine 363.26 (2010): 2477-2481.
[2] van der Poort EKJ, Kidanemariam M, Moriates C, Rakers MM, Tsevat J, Schroijen M, Atsma DE, van den Akker-van Marle ME, Bos WJW, van den Hout WB. How to Use Costs in Value-Based Healthcare: Learning from Real-life Examples. J Gen Intern Med. 2024 Mar;39(4):683-689. doi: 10.1007/s11606-023-08423-w. Epub 2023 Dec 22. PMID: 38135776; PMCID: PMC10973291.
[3] Walraven J, Jacobs MS, Uyl-de Groot CA. Leveraging the Similarities Between Cost-Effectiveness Analysis and Value-Based Healthcare. Value Health. 2021 Jul;24(7):1038-1044. doi: 10.1016/j.jval.2021.01.010. Epub 2021 Apr 15. PMID: 34243828.