
Irse sabe mal. Pero irse para siempre de forma prematura es muy injusto y doloroso.
Lluís nos dejó a principios de diciembre sin poder superar la enfermedad que le sorprendió un año atrás. Conozco a Lluís desde hace más de 30 años, y he compartido con él de todo. Su trayectoria profesional, relacionada con la gestión farmacéutica desde todas las perspectivas (sistémica, organizacional, asistencial, académica, asesorando a la industria), le hacía uno de los expertos más respetados en todo el Estado sobre el mundo del medicamento. Profesor universitario, un excelente autor de cientos de artículos y ponencias, dilatado conferenciante y participante habitual en muchísimos comités profesionales relacionados con la gestión sanitaria. Nos acompañaba en la Junta de la Sociedad Catalana de Gestión Sanitaria desde hacía 10 años.
Tuve la suerte de que me brindara acompañamiento cuando en 2008 le convencí para que se incorporara al equipo directivo como director de consultoría internacional en el Consorcio de Salud y Social de Catalunya, entonces todavía CHC. Compartimos 5 años repartidos entre Barcelona y el Mundo. Viajamos por toda Latinoamérica, donde dirigimos hasta 6 oficinas internacionales que visitábamos a menudo, y gestionábamos un amplio equipo de consultores y directores de proyectos, a los que exigíamos al tiempo que convertíamos en cómplices y amigos.
Porque esa era la definición de Lluís. Un compañero vital, único en el fondo y en la forma. Muy exigente consigo mismo y con quien le acompañaba en el trabajo, ocurrente y desbordante en el discurso y la carcajada, malhablado en la confianza, pero un hombre de una bondad inacabable. Sufría por los demás, con sus silencios, cuando dudaba sobre un proyecto. Tuve muchas oportunidades de compartir dudas con él, pero salíamos adelante siempre porque nos sumábamos al optimismo desde el esfuerzo. Gran maestro para la gente joven de la que siempre se rodeaba, con su gran capacidad docente, y a quienes cuando lo merecían siempre defendía. Con Lluís no te aburrías nunca, ya fuera conversando, escuchando o criticando, tomando una caipirinha en Río, un mezcal en el DF, o una birra donde fuera, o comiendo una extraordinaria paella de las que hacía cuando le apetecía, y fumando, cosa que compartíamos demasiado a menudo en la vieja y bella terraza del Tibidabo 21.
Él nunca me hubiera dejado escribir lo que estoy escribiendo. No se sentía cómodo en el homenaje de ningún tipo. Como toda la gente que realmente vale la pena, nunca se daba importancia a sí mismo. Es injusto y doloroso, pero su recuerdo vital se parecerá siempre mucho más a una rumba del Gato Pérez, como la que todos compartimos al final de su funeral, que al llanto.
Lluís, te echaremos muchísimo de menos.
